sábado, 26 de junio de 2021

Más que una bolsa de proteínas

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Con la muerte del vitalismo en la química, el camino quedó libre para que emergieran nuevos científicos que trabajarían en la intersección de la bioquímica y la biología molecular experimental. Uno de estos científicos fue Jacques Loeb (1859-1924). La fuerte convicción de Loeb de que los fenómenos básicos de la vida pueden explicarse en principio por las leyes físicas y químicas, estuvo acompañada de una preocupación por encontrar explicaciones físicas y químicas para los fenómenos básicos de la vida. Esto también lo convirtió en un pionero en los estudios relacionados con la genética, la bioquímica, en particular la enzimología y el desarrollo. Los bioquímicos esperaban que las funciones básicas de la célula y la vida pudieran encontrar su explicación en las propiedades de estas enzimas. Loeb preveía que "el carácter específico de cada célula posiblemente algún día se caracterice por los fermentos específicos que contiene y produce" (Deichmann, 2011).

En una serie de artículos entre 1907 y 1915, Loeb, a través del experimento, desarrolló la idea de que los genes eran los determinantes de las enzimas en desarrollo. Este razonamiento fue apreciado por Thomas H. Morgan, quien en general no estaba dispuesto a especular sobre la naturaleza química del gen y su acción y, en particular, rechazó las afirmaciones de genes como enzimas, porque no tuvieron en cuenta la distinción crucialmente importante de genotipo y fenotipo, propuesta por Wilhelm Johannsen. Morgan consideró el punto de vista de Loeb y Chamberlain sobre genes y enzimas como "el más correcto" (Deichmann, 2011).

Los intentos de Loeb de relacionar las características centrales de la vida, como la herencia, con la química de las macromoléculas contrastan fuertemente con el enfoque morfológico empleado por la gran mayoría de los biólogos celulares de principios del siglo XX. Loeb fue uno de los biólogos que más criticó al neodarwinismo de principios del siglo XX, aunque no desde una base religiosa, sino con el interés de hacer de sus hipótesis algo más manejable desde el punto de vista experimental (Deichmann, 2011).

El proyecto de investigación reduccionista de Loeb unificó enfoques de fisiología, genética y embriología con el objetivo de encontrar explicaciones fisicoquímicas (moleculares) para todos los procesos de la vida, incluida la evolución. Este proyecto continuó más tarde en la biología molecular, una síntesis de campos fisicoquímicos y biológicos. Aunque el enfoque molecular ha sido altamente exitoso e indispensable para investigaciones de nivel superior durante todo el siglo XX (Deichmann, 2011).

Los grandes problemas de la biología del siglo XIX eran de dos tipos conceptualmente bastante diferentes, y esta diferencia se vería enormemente mejorada en el clima dentro del cual se desarrolló la biología del siglo XIX y (especialmente) del siglo XX. Por un lado, estaban los problemas "encapsulables", los del gen y la célula. La comprensión aquí radica mucho en las partes. Por otro lado, estaban los problemas holísticos, la evolución y la génesis y naturaleza de la forma biológica, donde las partes no dan un sentido real del todo. La marcha de la biología hacia el reduccionismo comenzó en serio con el "redescubrimiento" del gen a principios del siglo XX. La disección molecular de la célula, que había comenzado con al definir la función celular a través de enzimas, realmente despegó con el advenimiento de la genética molecular (Woese, 2004).

Iniciar con la genética de la célula era lo más evidente desde el punto de vista técnico, los microscopios ópticos no permitían ver al interior de las células nada más que los cromosomas durante la mitosis, o el núcleo lleno de cromatina durante las etapas de crecimiento, además, la acción más dramática que hacían las células eran sus procesos de división celular, mitosis y meiosis. La pregunta radicaba en ¿Qué materiales contenía la célula? La respuesta fue evidente cuando los análisis químicos comenzaron a realizarse, la célula eran principalmente proteínas y enzimas, de allí que muchos pensaran que la célula eran celdas o cubículos carentes de una estructura interna que contenían una serie de componentes químicos que permitían las reacciones químicas de los seres vivos como la fermentación. Sin embargo, con el nacimiento de una nueva área interdisciplinar llamada bioquímica, la confianza de los científicos sobre poder estudiar la naturaleza de la vida solo Con base en causas fisicoquímicas comenzó a crecer de forma muy rápida y en cierto sentido desproporcionada para lo que se sabía en el momento (García-García, 2014).

Tal vez por esta visión carente de estructura interna y extremadamente reduccionista de la naturaleza de la vida hizo que varios investigadores intentaran realizar síntesis químicas para la obtención de estructuras semejantes a bolsas o burbujas lipídicas –tal cual eran consideradas las células en ese momento– como en el caso de Alfonso L. Herrera “1868-1942”. Debido a la presunción a priori de la ausencia de una estructura interna compleja de la célula, a no tomar en cuenta el tiempo evolutivo –en este caso geológico– y a una línea de pensamiento metodológicamente naturalista/materialista, Herrera razonó que sería relativamente simple sintetizar una sustancia similar al protoplasma del interior de la célula en una burbuja lipídica, para lo cual se valió de sustancias como aceite de oliva, hidróxido de sodio, petróleo, gasolina, tiocianato entre muchos otros (García-García, 2014, Herrera, 1932; Lazcano, 2010; Negrón-Mendoza, 1995; Aleksandr Ivanovich Oparin, 1957).

Este tipo de estudios sería denominado plasmogenia y sería tan influyente como para permitir la creación de dos revistas científicas: Gaceta de Plasmogamia “en español” y Laboratoire de Plasmogenie “en francés” (Negrón-Mendoza, 1994), estas revistas fueron publicadas hasta 1942 –bien entrado el siglo XX –cuando ya era claro que la estructura interna de la célula era algo extremadamente complejo. Otra dimensión ausente en el trabajo de Herrera a parte de la estructura interna de la célula es la noción del tiempo geológico “tiempo irreversible”, sus síntesis no intentaban para nada ser un modelo de simulación de condiciones antiguas. A pesar de esto, los trabajos de Herrera se destacan por su enfoque basado en el materialismo metodológico experimental (García-García, 2014).

Por el mismo periodo de tiempo los bioquímicos comenzaban a avanzar sobre la naturaleza de la estructura interna de los seres vivos, específicamente los componentes celulares. Aun cuando muchas sustancias ya eran conocidas para los años 20s del siglo XX para los biólogos y bioquímicos era bastante evidente que se sabía muy poco, en términos del OdV esto tenía implicaciones ¿porque tratar de estudiar el origen de algo que para empezar se entendía tan poco? (De Duve & Pizano, 1995; García-García, 2014).

Bajo el microscopio de luz, el citoplasma de una célula eucariota parece carente de estructura interna, sin embargo, incluso antes del comienzo del siglo XX, el examen cuidadoso de secciones pigmentadas de tejidos animales indicaba la existencia de un complejo sistema de estructuras internas. Sin embargo, no fue sino hasta la invención el microscopio electrónico en la década de 1940 que los biólogos comenzaron a apreciar la diversa gama de estructuras rodeadas por membranas que poseían la mayoría de las células eucariotas, e incluso, algunas procariotas.

Figura 16. Al microscopio electrónico, resultó evidente que la célula era más que una bolsa, en su interior tenía otras bolsas en una estructura compleja.

Los primeros usuarios del microscopio electrónico vieron vesículas de diferentes tamaños, que transportaban materiales de densidad variable, largos canales que radiaban en el citoplasma formando redes como si fueran canales múltiples apretujados entre sí. Poco a poco se hizo evidente que los mecanismos que permiten el funcionamiento celular a nivel bioquímico ocurría de forma especializada en estos compartimentos de la estructura interna de las célula. A medida que más células fueron analizadas comenzaron a observarse patrones entre estas estructuras en diferentes linajes, desde hongos unicelulares a plantas, desde amebas hasta el ser humano.

Debido a que los organelos, sin importar su fuente pueden ser clasificados en tipos más o menos generales, con funciones consistentes, es que estos reciben nombres que son muy famosos, sin embargo, podemos subdividir los organelos de la célula en membranosos y no membranosos. Los organelos no membranosos no están rodeados por membranas, y en su lugar están hechos de proteína o ARN, como el citoesqueleto, o los ribosomas. Los organelos membranosos son definidos por las membranas biológicas y en general son los siguientes: retículos cercanos al núcleo; retículos intermedios entre la membrana externa y el núcleo; y vesículas de transporte o almacenamiento. Estos organelos membranosos no son rígidos, se los debe visualizar como un sistema de bombas de jabón dinámico, las vesículas se desprenden o fusionan con los retículos más grandes, los cuales pueden crecer o hacerse más pequeños.

Tomados en su conjunto, estos organelos conforman el sistema de membranas internas o endomembranas, en los que las funciones individuales hacen parte de un todo coordinado. Debido a los adelantos en biología evolutiva en la actualidad los organelos energéticos no se clasifican como parte del sistema de membranas internas, pero eso es una verdad a medias. Los organelos energéticos surgieron por endosimbiosis bacteriana, por lo que las membranas más internas de estos no provienen de la célula eucariota y en efecto no harían parte de sistema de membranas internas, pero la última membrana que rodea a estos como la mitocondria y el cloroplasto proviene evolutivamente de vesículas endocíticas, y por lo tanto si deberían hacer parte del sistema de membranas internas. 

En el presente texto se los mencionará como los organelos energéticos separados formalmente del sistema de membranas internas. Para poder estudiar el sistema de membranas internas se requirió del desarrollo de nuevas tecnologías que fueran más allá de la información que puede proporcionar un microscopio óptico, y algunas de las más importantes fueron las siguientes.

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